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22 octubre 2013 2 22 /10 /octubre /2013 07:35

Nadie niega que el actual sistema político está en crisis, de legitimidad, de credibilidad, de representatividad... Incluso los mismos partidos políticos (al menos algunos) expresan preocupación y articulan discursos y enuncian estrategias para llenar la brecha que se ha abierto entre representantes y representados. La llaman "Democracia Participativa" y la visten a golpe de mesas de participación, comisiones, foros, consultas, buzones de sugerencias e incluso ILPs, que como su nombre indica (Iniciativas Legislativas Populares), inician, que es algo muy diferente de acabar.

 

Hace pocos días estuve escuchando a María Elvira Méndez Pinedo, profesora universitaria madrileña que ejerce como catedrática de Derecho Europeo en la Universidad de Islandia y que ha sido testigo (y coprotagonista) de primera fila de la rebelión islandesa contra el rescate a la banca. Todos los pasos de lo que narró que allí pasó son los propios de una auténtica revolución: entre otras cosas, hicieron dimitir al gobierno y en 2010 hicieron convocar unas elecciones en listas abiertas para crear una asamblea constituyente que redactara una nueva constitución. Todo parecía ir rodado, pero ¡ay! el tribunal supremo de Islandia invalidó el resultado de las elecciones a la asamblea constituyente ¡POR UN DEFECTO DE FORMA! mientras los partidos políticos tradicionales (que no habían dejado de mantener la continuidad institucional anterior con su parlamento) acudieron al rescate ofreciendo la conversión de la nueva Asamblea Constitucional en un Consejo Constitucional, de carácter consultivo y bajo la cobertura institucional del parlamento. En pocas palabras, sustituyeron el apoderamiento popular que quería representar la nueva asamblea por un puro y simple mecanismo de participación. El resultado final ya nos lo podemos imaginar, la actual y sorprendente mayoría conservadora del parlamento islandés mantiene congelado el proyecto de nueva constitución, a pesar de estar ya aprobado por la ciudadanía en referéndum pero sobre el que todavía se mantiene que puede ser revisado o desestimado por el mismo parlamento. En cualquier caso, ha sido un proceso muy participativo, sin duda, pero hasta ahora bastante estéril.

 

Así pues, ¿qué hacer para recuperar o rehacer nuestro sistema político? No es cuestión simplemente de incrementar la participación; en el diseño de la Democracia Representativa ya se supone que los representantes son el vehículo y el instrumento de la voluntad popular para la determinación de las preferencias que dictan las políticas públicas. Si es necesaria la participación para hacer llegar a los representantes cuál es la opinión de los representados entonces es que la Democracia Representativa ha fracasado.

 

Tampoco es exactamente cuestión de encontrar representantes más virtuosos o partidos políticos guiados por principios más nobles, si esto llegara a conseguir el actual sistema podría funcionar correctamente durante un tiempo, pero volveríamos a encontrarnos igual más pronto que tarde.

 

Para obtener resultados diferentes a corto plazo, hay que hacer cosas diferentes, como conseguir el compromiso de los candidatos a renunciar a convertir en botín de guerra el poder ejecutivo. Y para obtener resultados diferentes a medio y largo plazo hay que cambiar el sistema que reproduce en todas partes y repetidamente los resultados actuales.

 

Las recetas del cambio para mí están muy claras: separación real y efectiva de poderes, revisión del sistema electoral con la posibilidad de revocación de los representantes electos y creación de sistemas de coparticipación y fiscalización popular de la acción del poder legislativo. Si estos elementos no están presentes, tarde o temprano nos volverá a visitar el fantasma de las navidades pasadas.

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